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Curso de comunicación con la naturaleza XXVI – Las Flores

Las flores son, sin lugar a duda, la parte en que el vegetal expresa su más exuberante creatividad. Y no solo me refiero a una creatividad en el sentido reproductivo más estricto, es decir, belleza a cambio de fecundación, sino una creatividad en sí misma.

El ser humano expresa su creatividad no solo a través de tener hijos, que es una bella manera de colaborar con la naturaleza, la propia especie y la autorealización, porque a través de los hijos se aprende muchísimo de uno mismo. El ser humano la expresa en toda su vida a través del arte en todas sus expresiones, pero también a través de aquello que se inicia en su mente y que es capaz de llevar a la realidad física, aunque no sea propiamente arte.

La mayor parte de la creatividad humana se basa en el hacer. La creatividad vegetal se basa, en cambio, en el ser. Cada especie, al tiempo que prepara sus flores para conseguir una mayor tasa de fecundación y por lo tanto de perpetuación de la especie, se embellece. Muchas especies de orquídeas, algunas de nuestro hábitat mediterráneo, a pesar de tener una elevada tasa de fecundación en sus flores, es decir, que la mayor parte de flores son fecundadas, llenando sus ovarios de diminutas semillas, modifican sus formas y colores florales. Siguen explorando, no para mejorar la fecundación, sino porque su forma de creatividad es a través de ser, de su crecimiento, de la exploración del cambio de forma, de estructura, del matiz de sus colores.

Así, mientras las raíces representaban las relaciones con el pasado, el inconsciente y la disponibilidad de energía vital; los tallos la estructura de la personalidad, el como somos; las hojas nuestras relaciones con el exterior y con los demás; las flores simbolizan aquella energía creativa, una energía potencial en forma de ideas, que terminaran concretándose o no, dando lugar a los frutos y las semillas. Son el símbolo de la mente.

Una planta puede dar miles de flores cada año, otra da un solo tallo floral en una vida de 12 años y después muere (como el ágave americana). Unas producen mucho néctar y polen, otras no regalan nada, excepto su belleza. Unas son polinizadas por otros seres, como abejas, moscas, mariposas o murciélagos, otras simplemente por el viento.

Cuando preparamos la esencia floral, los elaboradores tenemos muy en cuenta el momento de su ciclo. Las flores deben ser recién abiertas, para evitar que ya se hayan polinizado, porque una vez el polen entró en el ovario la energía deja de ser potencial y va mutando en crear fruto. Una esencia de gran calidad requiere que la flor aporte toda su información en el momento álgido de su expresión creativa.

Por eso el Dr. Bach se dio cuenta, a pesar de haber realizado también la elaboración de esencias de semillas, que en la flor se encontraba la esencia de la virtud de la planta.

La virtud de la flor es como la vela encendida en una habitación oscura. Su simple presencia desplaza la oscuridad. La virtud desplaza al defecto, que suele ser una expresión exagerada de la virtud, o una falta de la misma.

Cuando observamos una especie vegetal analizamos sus raíces, tallos, hojas y frutos para entender en que se parecen a nuestra forma de ser. Si nos sentimos representados por estas particularidades o “defectos” que llamaría Bach, la polaridad que representa la flor nos habla de la virtud a trabajar o fomentar en nosotros. Simplemente siendo conscientes de ello ya nos mueve a entender, aprender, aceptar y finalmente cambiar si es necesario. Pero además está la esencia, que nos ayuda a sentir, a recordar esa virtud en nosotros que por momentos hemos olvidado. Una esencia floral es un recuerdo viviente de uno de los dones de la totalidad que hemos olvidado o bloqueado por las circunstancias de nuestra vida. No es algo realmente externo a nosotros, se trata de una información que ya siempre hemos tenido en nuestro interior como hijas e hijos de la totalidad que somos. Las flores nos recuerdan nuestra belleza interna con su belleza externa. De hecho, la conmoción que nos provoca la belleza de un atardecer, de una flor que se abre, del sol que sale del mar, del canto de los pájaros o el murmullo de un arroyo son, “solo”, recuerdos de lo que realmente somos. Por un momento nuestra mente egoica calla, pues no puede entender la totalidad ilimitada de esa experiencia y entonces, aunque sea por un instante, Somos, y claro, solo podemos Ser Todo.

Por eso la humanidad necesita volver a la naturaleza. Es el único remedio que puede sanar en profundidad la única enfermedad que sufrimos, la única enfermedad que las abarca a todas: el olvido.

Mira la flor. Y recuerda tu belleza interior. Que tus pensamientos sean tan bellos como el amanecer. Siente el fluir del agua en el arroyo. Que tus emociones fluyan sin juzgar, viviendo el momento presente. Mira tus manos y ámalas porque las células que las forman son naturaleza también.

Nada hay que aprender. Solo Amar, solo Recordar.

Recuérdate flor preciosa. Ábrete.

Con cariño

Jordi Cañellas

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